1 Ati clamo, oh SEÑOR; roca mía, no seas sordo para conmigo, no sea que si guardas silencio hacia mí, venga a ser semejante a los que descienden a la fosa. 2 Escucha la voz de mis súplicas cuando a ti pido auxilio; cuando levanto mis manos hacia el lugar santísimo de tu santuario. 3 No me arrastres con los impíos ni con los que obran iniquidad, que hablan de paz con su prójimo, mientras hay maldad en su corazón. 4 Dales conforme a su obra y según la maldad de sus hechos; dales conforme a la obra de sus manos; págales su merecido. 5 Porque no tienen en cuenta los hechos del SEÑOR ni la obra de sus manos, El los derribará y no los edificará. 6 Bendito sea el SEÑOR, porque ha oído la voz de mis súplicas. 7 El SEÑOR es mi fuerza y mi escudo; en El confía mi corazón, y soy socorrido; por tanto, mi corazón se regocija, y le daré gracias con mi cántico. 8 El SEÑOR es la fuerza de su pueblo, y El es defensa salvadora de su ungido. 9 Salva a tu pueblo y bendice a tu heredad, pastoréalos y llévalos para siempre.
1 Tributad al SEÑOR, oh hijos de los poderosos, tributad al SEÑOR gloria y poder. 2 Tributad al SEÑOR la gloria debida a su nombre; adorad al SEÑOR en la majestad de la santidad. 3 Voz del SEÑOR sobre las aguas. El Dios de gloria truena, el SEÑOR está sobre las muchas aguas. 4 La voz del SEÑOR es poderosa, la voz del SEÑOR es majestuosa. 5 La voz del SEÑOR rompe los cedros; sí, el SEÑOR hace pedazos los cedros del Líbano; 6 y como becerro hace saltar al Líbano; y al Sirión como cría de búfalo. 7 La voz del SEÑOR levanta llamas de fuego. 8 La voz del SEÑOR hace temblar el desierto; el SEÑOR hace temblar el desierto de Cades. 9 La voz del SEÑOR hace parir a las ciervas , y deja los bosques desnudos, y en su templo todo dice: ¡Gloria! 10 El SEÑOR se sentó como rey cuando el diluvio; sí, como rey se sienta el SEÑOR para siempre. 11 El SEÑOR dará fuerza a su pueblo; el SEÑOR bendecirá a su pueblo con paz. David.
1 Te ensalzaré, oh SEÑOR, porque me has elevado, y no has permitido que mis enemigos se rían de mí. 2 Oh SEÑOR, Dios mío, a ti pedí auxilio y me sanaste. 3 Oh SEÑOR, has sacado mi alma del Seol; me has guardado con vida, para que no descienda al sepulcro. 4 Cantad alabanzas al SEÑOR, vosotros sus santos, y alabad su santo nombre. 5 Porque su ira es sólo por un momento, pero su favor es por toda una vida; el llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría. 6 Y en mi prosperidad yo dije: Jamás seré conmovido. 7 Oh SEÑOR, con tu favor has hecho que mi monte permanezca fuerte; tú escondiste tu rostro, fui conturbado. 8 A ti, oh SEÑOR, clamé, y al Señor dirigí mi súplica: 9 ¿Qué provecho hay en mi sangre si desciendo al sepulcro? ¿Acaso te alabará el polvo? ¿Anunciará tu fidelidad? 10 Escucha, oh SEÑOR, y ten piedad de mí; oh SEÑOR, sé tú mi socorro. 11 Tú has cambiado mi lamento en danza; has desatado mi cilicio y me has ceñido de alegría; 12 para que mi alma te cante alabanzas y no esté callada. Oh SEÑOR, Dios mío, te alabaré por siempre.
1 Después de separarnos de ellos, zarpamos y fuimos con rumbo directo a Cos, al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara; 2 y encontrando un barco que partía para Fenicia, subimos a bordo y nos hicimos a la vela. 3 Cuando avistamos Chipre, dejándola a la izquierda, navegamos hacia Siria, y desembarcamos en Tiro porque la nave debía dejar su cargamento allí. 4 Después de hallar a los discípulos, nos quedamos allí siete días, y ellos le decían a Pablo, por el Espíritu, que no fuera a Jerusalén. 5 Y pasados aquellos días partimos y emprendimos nuestro viaje mientras que todos ellos, con sus mujeres e hijos, nos acompañaron hasta las afueras de la ciudad. Después de arrodillarnos y orar en la playa, nos despedimos unos de otros. 6 Entonces subimos al barco y ellos regresaron a sus hogares. 7 Terminado el viaje desde Tiro, llegamos a Tolemaida, y después de saludar a los hermanos, nos quedamos con ellos un día. 8 Al día siguiente partimos y llegamos a Cesarea, y entrando en la casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, nos quedamos con él. 9 Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban. 10 Y deteniéndonos allí varios días, descendió de Judea cierto profeta llamado Agabo, 11 quien vino a vernos, y tomando el cinto de Pablo, se ató las manos y los pies, y dijo: Así dice el Espíritu Santo: "Así atarán los judíos en Jerusalén al dueño de este cinto, y lo entregarán en manos de los gentiles." 12 Al escuchar esto, tanto nosotros como los que vivían allí le rogábamos que no subiera a Jerusalén. 13 Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis, llorando y quebrantándome el corazón? Porque listo estoy no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. 14 Como no se dejaba persuadir, nos callamos, diciéndonos: Que se haga la voluntad del Señor.
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