1 Oh SEÑOR, en tu fortaleza se alegrará el rey, ¡y cuánto se regocijará en tu salvación! 2 Tú le has dado el deseo de su corazón, y no le has negado la petición de sus labios. (Selah) 3 Porque le sales al encuentro con bendiciones de bien; corona de oro fino colocas en su cabeza. 4 Vida te pidió y tú se la diste, largura de días eternamente y para siempre. 5 Grande es su gloria por tu salvación, esplendor y majestad has puesto sobre él. 6 Pues le haces bienaventurado para siempre; con tu presencia le deleitas con alegría. 7 Porque el rey confía en el SEÑOR, y por la misericordia del Altísimo no será conmovido. 8 Hallará tu mano a todos tus enemigos; tu diestra hallará a aquellos que te odian. 9 Los harás como horno de fuego en el tiempo de tu enojo ; el SEÑOR en su ira los devorará, y fuego los consumirá. 10 Su descendencia destruirás de la faz de la tierra, y sus descendientes de entre los hijos de los hombres. 11 Aunque intentaron el mal contra ti, y fraguaron una conspiración, no prevalecerán, 12 pues tú los pondrás en fuga, apuntarás a sus rostros con tu arco. 13 Engrandécete, oh SEÑOR, en tu poder; cantaremos y alabaremos tu poderío. de David.
1 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? 2 Dios mío, de día clamo y no respondes; y de noche, pero no hay para mí reposo. 3 Sin embargo, tú eres santo, que habitas entre las alabanzas de Israel. 4 En ti confiaron nuestros padres; confiaron, y tú los libraste. 5 A ti clamaron, y fueron librados; en ti confiaron, y no fueron decepcionados. 6 Pero yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. 7 Todos los que me ven, de mí se burlan; hacen muecascon los labios, menean la cabeza, diciendo: 8 Que se encomiende al SEÑOR; que El lo libre, que El lo rescate, puesto que en El se deleita. 9 Porque tú me sacaste del seno materno; me hiciste confiar desde los pechos de mi madre. 10 A ti fui entregado desde mi nacimiento; desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios. 11 No estés lejos de mí, porque la angustia está cerca, pues no hay quien ayude. 12 Muchos toros me han rodeado; toros fuertes de Basán me han cercado. 13 Avidos abren su boca contra mí, como un león rapaz y rugiente. 14 Soy derramado como agua, y todos mis huesos están descoyuntados; mi corazón es como cera; se derrite en medio de mis entrañas. 15 Como un tiesto se ha secado mi vigor, y la lengua se me pega al paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. 16 Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malhechores; me horadaron las manos y los pies. 17 Puedo contar todos mis huesos. Ellos me miran, me observan; 18 reparten mis vestidos entre sí, y sobre mi ropa echan suertes. 19 Pero tú, oh SEÑOR, no estés lejos; fuerza mía, apresúrate a socorrerme. 20 Libra mi alma de la espada, mi única vida de las garras del perro. 21 Sálvame de la boca del león y de los cuernos de los búfalos; respóndeme. 22 Hablaré de tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré. 23 Los que teméis al SEÑOR, alabadle; descendencia toda de Jacob, glorificadle, temedle, descendencia toda de Israel. 24 Porque El no ha despreciado ni aborrecido la aflicción del angustiado, ni le ha escondido su rostro; sino que cuando clamó al SEÑOR, lo escuchó. 25 De ti viene mi alabanza en la gran congregación; mis votos cumpliré delante de los que le temen. 26 Los pobres comerán y se saciarán; los que buscan al SEÑOR, le alabarán. ¡Viva vuestro corazón para siempre! 27 Todos los términos de la tierra se acordarán y se volverán al SEÑOR, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. 28 Porque del SEÑOR es el reino, y El gobierna las naciones. 29 Todos los grandes de la tierra comerán y adorarán; se postrarán ante El todos los que descienden al polvo, aun aquel que no puede conservar viva su alma. 30 La posteridad le servirá; esto se dirá del Señor hasta la generación venidera. 31 Vendrán y anunciarán su justicia; a un pueblo por nacer, anunciarán que El ha hecho esto.
1 El SEÑOR es mi pastor, nada me faltará. 2 En lugares de verdes pastos me hace descansar; junto a aguas de reposo me conduce. 3 El restaura mi alma; me guía por senderos de justicia por amor de su nombre. 4 Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento 5 Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos; has ungido mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. 6 Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del SEÑOR moraré por largos días.
1 ¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? 2 ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? 3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? 4 Por tanto, hemos sido sepultados con El por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida. 5 Porque si hemos sido unidos a El en la semejanza de su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de su resurrección, 6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con El, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; 7 porque el que ha muerto, ha sido libertado del pecado. 8 Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con El, 9 sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; ya la muerte no tiene dominio sobre El. 10 Porque por cuanto El murió, murió al pecado de una vez para siempre; pero en cuanto vive, vive para Dios. 11 Así también vosotros, consideraos muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús. 12 Por tanto, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias; 13 ni presentéis los miembros de vuestro cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. 14 Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la ley sino bajo la gracia. 15 ¿Entonces qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡De ningún modo! 16 ¿No sabéis que cuando os presentáis a alguno como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, ya sea del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? 17 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fuisteis entregados; 18 y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia. 19 Hablo en términos humanos, por causa de la debilidad de vuestra carne. Porque de la manera que presentasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, para iniquidad, así ahora presentad vuestros miembros como esclavos a la justicia, para santificación. 20 Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres en cuanto a la justicia. 21 ¿Qué fruto teníais entonces en aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de esas cosas es muerte. 22 Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna. 23 Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
1 ¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo a los que conocen la ley), que la ley tiene jurisdicción sobre una persona mientras vive? 2 Pues la mujer casada está ligada por la ley a su marido mientras él vive; pero si su marido muere, queda libre de la ley en cuanto al marido. 3 Así que, mientras vive su marido, será llamada adúltera si ella se une a otro hombre; pero si su marido muere, está libre de la ley, de modo que no es adúltera aunque se una a otro hombre. 4 Por tanto, hermanos míos, también a vosotros se os hizo morir a la ley por medio del cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro, a aquel que resucitó de entre los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. 5 Porque mientras estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas despertadas por la ley, actuaban en los miembros de nuestro cuerpo a fin de llevar fruto para muerte. 6 Pero ahora hemos quedado libres de la ley, habiendo muerto a lo que nos ataba, de modo que sirvamos en la novedad del Espíritu y no en el arcaísmo de la letra. 7 ¿Qué diremos entonces? ¿Es pecado la ley? ¡De ningún modo! Al contrario, yo no hubiera llegado a conocer el pecado si no hubiera sido por medio de la ley; porque yo no hubiera sabido lo que es la codicia, si la ley no hubiera dicho: NO CODICIARAS. 8 Pero el pecado, aprovechándose del mandamiento, produjo en mí toda clase de codicia; porque aparte de la ley el pecado está muerto. 9 Y en un tiempo yo vivía sin la ley, pero al venir el mandamiento, el pecado revivió, y yo morí; 10 y este mandamiento, que era para vida, a mí me resultó para muerte; 11 porque el pecado, aprovechándose del mandamiento, me engañó, y por medio de él me mató. 12 Así que la ley es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno. 13 ¿Entonces lo que es bueno vino a ser causa de muerte para mí? ¡De ningún modo! Al contrario, fue el pecado, a fin de mostrarse que es pecado al producir mi muerte por medio de lo que es bueno, para que por medio del mandamiento el pecado llegue a ser en extremo pecaminoso. 14 Porque sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido a la esclavitud del pecado. 15 Porque lo que hago, no lo entiendo; porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago. 16 Y si lo que no quiero hacer, eso hago, estoy de acuerdo con la ley, reconociendo que es buena. 17 Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. 18 Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno; porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. 19 Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico. 20 Y si lo que no quiero hacer, eso hago, ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. 21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo la ley de que el mal está presente en mí. 22 Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios, 23 pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? 25 Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo, por un lado, con la mente sirvo a la ley de Dios, pero por el otro, con la carne, a la ley del pecado.
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