Siempre me ha encantado la temporada navideña, cuando era niño mis padres siempre la hicieron genial, nuestras tradiciones fueron sencillas pero increíbles.

 

Me gustaba en particular las dos semanas de vacaciones, usualmente las pasábamos en la casa o solíamos ir a una o dos fiesta de navidad con los amigos. Cuando estaba en la preparatoria yo y mis amigos íbamos cantando villancicos por el vecindario, y muy al final nos encargábamos de las compras que había que hacer. Recuerdo que mis padres nos daban algo de dinero y nos dejaban decidir que comprar para regalar.

 

La víspera de navidad la pasábamos todos en la casa, y ya en la noche, después de mucho rogar mis padres nos permitían empezar a abrir los regalos antes de llegar al servicio de vísperas de navidad en la iglesia. Mi papá disfrutaba el privilegio de decir cuando abriríamos los regalos y le gustaba mucho mantenernos en suspenso. Creo que le gustaba jugar con nosotros un poco.

 

Nos gustaba mucho el servicio de las candelas en nuestra iglesia. Recuerdo que era ya tarde en la noche, como a las 11 de la noche, pero había algo especial y acogedor al reunirnos todos juntos y cantar villancicos, ver a los amigos, escuchar un bello mensaje e intercambiar regalos.

 

El día de navidad, lo pasábamos usualmente en casa de mis abuelos para degustar de un delicioso festín. Y aunque mis abuelos eran judíos, siempre se prepararon para crear y compartir alimentos por todo su apartamento. Tan solo pensar en esos tiempos me hace recordar todos los aromas de aquella casa.

 

Después partíamos con la familia del lado de mi padre para disfrutar otra vez de más comida y regalos. Tengo muchos primos de ese lado de la familia y siempre fue increíble poder ponernos todos al corriente.

 

Me encanta la manera en que mis padres “lidiaban” con la navidad. Todos nosotros crecimos en la iglesia, así que conocíamos bien el significado e historia de la navidad. Mi papá nos leía el capítulo 2 del libro de Lucas todas las vísperas de navidad. Y aun así nunca tuvieron miedo de las compras, o las largas colas en los centros comerciales, y todas las demás cosas que muchos cristianos a menudo lamentan sobre la temporada. Nunca nos estresamos de más con la navidad, pero tampoco nunca nos alejábamos o nos enojábamos porque la gente hablara más de Santa Claus y su trineo. Creo que mis padres sabían que nosotros como hijos estábamos arraigados lo suficiente en nuestra fe en Cristo que nunca sintieron la necesidad de quitarnos o reprimir otros aspectos de la temporada.

 

Ahora que yo soy padre siempre buscó replicar el acercamiento a la navidad que mis padres tenían, simplemente dejar que la navidad sea lo que es. La realidad es que si en verdad creemos lo que nos cuenta la historia de la natividad como verdad, aquella historia del bebé Jesús concebido de una virgen por el Espíritu de Dios, y que Jesús es Dios encarnado quien vino a la tierra a salvarnos, entonces todo lo demás, es un simple accesorio. De hecho, los regalos, la convivencia, la alegría, las luces son todos un pequeño desborde de la inmensa alegría que se sintió en aquella noche en Belén.         

 

El hecho que Dios podría venir a la tierra y convertirse en un bebé es tan increíble y tan fuera de este mundo que en verdad debe de celebrarse. Es cierto que a veces la historia de la encarnación es opacada por todas las celebraciones y distracciones, pero eso no quiere decir que rechacemos por completo el ser parte de las celebraciones. Al contrario, aquellos de nosotros que hemos sido transformados por el nacimiento del bebé Jesús debemos de estar aún más gozosos sabiendo que podemos dar regalos, escuchar música, compartir la mesa con familiares y amigos, todo gracias a que hemos sido perdonados por Dios. Nuestro destino eterno ha sido asegurado. Y tenemos una buena relación con Dios por medio de Jesús.     

 

Es por eso que podemos celebrar todas las facciones de la temporada de navidad. Podemos dar y recibir regalos sin ninguna culpa, siendo generosos y agradecidos como lo somos con el Evangelio. Podemos disfrutar de nuestros amigos, celebrar recuerdos, comer galletas, escuchar música y aun ver nuestra película favorita. Todo esto, porque en el corazón de la navidad de donde fluye la celebración es la historia del Evangelio, el regalo de Dios a la humanidad, el bebé Jesús enviado para redimirnos, perdonarnos y darnos vida eterna.

 

Nadie está tratando de robarse la navidad. No hay ningún hombre gordo con barba blanca que pueda hacer tal cosa. No hay anuncios que digan “felices fiestas” que nos roben la alegría. No tenemos por qué difamar a las empresas que no expresan la navidad abiertamente. Porque nuestra alegría no radica en que alguien más crea forzosamente en lo que yo creo cuando no comprende la fe, sino del conocimiento que a para nosotros “un niño nos es nacido, e hijo nos es dado.”