9 Más dichosos son los muertos a espada que los que murieron de hambre, que se consumen, extenuados, por falta de los frutos de los campos. 10 Las manos de mujeres compasivas cocieron a sus propios hijos, que les sirvieron de comida a causa de la destrucción de la hija de mi pueblo. 11 El SEÑOR ha cumplido su furor, ha derramado su ardiente ira; y ha encendido un fuego en Sion que ha consumido sus cimientos. 12 No creyeron los reyes de la tierra, ni ninguno de los habitantes del mundo, que pudieran entrar el adversario y el enemigo por las puertas de Jerusalén. 13 A causa de los pecados de sus profetas y de las iniquidades de sus sacerdotes, quienes derramaron en medio de ella la sangre de los justos, 14 vagaron ciegos por las calles, manchados de sangre, sin que nadie pudiera tocar sus vestidos. 15 ¡Apartaos! ¡Inmundos! gritaban de sí mismos. ¡Apartaos, apartaos, no toquéis! Así que huyeron y vagaron; entre las naciones se decía: No seguirán residiendo entre nosotros. 16 La presencia del SEÑOR los dispersó, no volverá a mirarlos. No honraron a los sacerdotes, ni tuvieron piedad de los ancianos. 17 Aun nuestros ojos desfallecían, buscar ayuda fue inútil. En nuestro velar hemos aguardado a una nación incapaz de salvar. 18 Ponían trampas a nuestros pasos para que no anduviéramos por nuestras plazas. Se acercó nuestro fin, se cumplieron nuestros días, porque había llegado nuestro fin. 19 Nuestros perseguidores eran más veloces que las águilas del cielo; por los montes nos persiguieron, en el desierto nos tendieron emboscadas. 20 El aliento de nuestras vidas, el ungido del SEÑOR, fue atrapado en sus fosos, aquel de quien habíamos dicho: A su sombra viviremos entre las naciones. 21 Regocíjate y alégrate, hija de Edom, la que habitas en la tierra de Uz; también a ti pasará la copa, te embriagarás y te desnudarás. 22 Se ha completado el castigo de tu iniquidad, hija de Sion: no volverá El a desterrarte; mas castigará tu iniquidad, hija de Edom; pondrá al descubierto tus pecados.
1 Acuérdate, oh SEÑOR, de lo que nos ha sucedido; mira y ve nuestro oprobio. 2 Nuestra heredad ha pasado a extraños, nuestras casas a extranjeros. 3 Hemos quedado huérfanos, sin padre, nuestras madres, como viudas. 4 Por el agua que bebemos tenemos que pagar, nuestra leña nos llega por precio. 5 Sobre nuestros cuellos están nuestros perseguidores; no hay descanso para nosotros, estamos agotados. 6 A Egipto y a Asiria nos hemos sometido para saciarnos de pan. 7 Nuestros padres pecaron, ya no existen, y nosotros cargamos con sus iniquidades. 8 Esclavos dominan sobre nosotros, no hay quien nos libre de su mano. 9 Con peligro de nuestras vidas conseguimos nuestro pan, enfrentándonos a la espada del desierto. 10 Nuestra piel quema como un horno, a causa de los ardores del hambre. 11 Violaron a las mujeres en Sion, a las vírgenes en las ciudades de Judá. 12 Los príncipes fueron colgados de sus manos, los rostros de los ancianos no fueron respetados. 13 Los jóvenes trabajaron en el molino, y los muchachos cayeron bajo el peso de la leña. 14 Los ancianos se han apartado de las puertas, los jóvenes de su música. 15 Ha cesado el gozo de nuestro corazón, se ha convertido en duelo nuestra danza. 16 Ha caído la corona de nuestra cabeza. ¡Ay de nosotros, pues hemos pecado! 17 Por esto está abatido nuestro corazón, por estas cosas se nublan nuestros ojos, 18 por el monte Sion que está asolado; las zorras merodean en él. 19 Mas tú, oh SEÑOR, reinas para siempre, tu trono permanece de generación en generación. 20 ¿Por qué te olvidas para siempre de nosotros, y nos abandonas a perpetuidad? 21 Restáuranos a ti, oh SEÑOR, y seremos restaurados; renueva nuestros días como antaño, 22 a no ser que nos hayas desechado totalmente, y estés enojado en gran manera contra nosotros.
1 Sucedió que en el año treinta, al quinto día del cuarto mes, estando yo entre los desterrados junto al río Quebar, los cielos se abrieron y vi visiones de Dios. 2 (En aquel día cinco del mes, en el quinto año del destierro del rey Joaquín, 3 la palabra del SEÑOR fue dirigida al sacerdote Ezequiel, hijo de Buzi, en la tierra de los caldeos junto al río Quebar; y allí vino sobre él la mano del SEÑOR.) 4 Miré, y he aquí que un viento huracanado venía del norte, una gran nube con fuego fulgurante y un resplandor a su alrededor, y en su centro, algo como metal refulgente en medio del fuego. 5 En su centro había figuras semejantes a cuatro seres vivientes. Y este era su aspecto: tenían forma humana. 6 Tenía cada uno cuatro caras, y cuatro alas cada uno de ellos. 7 Sus piernas eran rectas, y la planta de sus pies era como la planta de la pezuña del ternero, y brillaban como bronce bruñido. 8 Bajo sus alas, a sus cuatro lados, tenían manos humanas. En cuanto a las caras y a las alas de los cuatro, 9 sus alas se tocaban una a la otra y sus caras no se volvían cuando andaban; cada uno iba de frente hacia adelante. 10 Y la forma de sus caras era como la cara de un hombre; los cuatro tenían cara de león a la derecha y cara de toro a la izquierda, y los cuatro tenían cara de águila; 11 así eran sus caras. Sus alas se extendían por encima; con dos se tocaban uno a otro y con dos cubrían su cuerpo. 12 Y cada uno iba de frente hacia adelante; adondequiera que iba el espíritu, iban ellos, sin volverse cuando andaban. 13 En medio de los seres vivientes había algo que parecía carbones encendidos en llamas, como antorchas que se lanzaban de un lado a otro entre los seres vivientes. El fuego resplandecía, y del fuego salían rayos. 14 Y los seres vivientes corrían de un lado a otro como el fulgor del relámpago. 15 Miré a los seres vivientes, y he aquí, había una rueda en la tierra junto a cada uno de los seres vivientes de cuatro caras.
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