1 Y aconteció que un día de reposo Jesús pasaba por unos sembrados, y sus discípulos arrancaban y comían espigas, restregándolas entre las manos. 2 Pero algunos de los fariseos dijeron: ¿Por qué hacéis lo que no es lícito en el día de reposo? 3 Respondiéndoles Jesús, dijo: ¿Ni siquiera habéis leído lo que hizo David cuando tuvo hambre, él y los que con él estaban; 4 cómo entró en la casa de Dios, y tomó y comió los panes consagrados, que a nadie es lícito comer sino sólo a los sacerdotes, y dio también a sus compañeros? 5 Y les decía: El Hijo del Hombre es Señor del día de reposo. 6 Y en otro día de reposo entró en la sinagoga y enseñaba; y había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. 7 Y los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si sanaba en el día de reposo, a fin de encontrar de qué acusarle. 8 Pero El sabía lo que ellos estaban pensando, y dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ven acá. Y él, levantándose, se le acercó. 9 Entonces Jesús les dijo: Yo os pregunto: ¿es lícito en el día de reposo hacer bien o hacer mal; salvar una vida o destruirla? 10 Y después de mirarlos a todos a su alrededor, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él lo hizo así, y su mano quedó sana. 11 Pero ellos se llenaron de ira, y discutían entre sí qué podrían hacerle a Jesús. 12 En esos días El se fue al monte a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. 13 Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y escogió doce de ellos, a los que también dio el nombre de apóstoles: 14 Simón, a quien también llamó Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo y Juan; Felipe y Bartolomé; 15 Mateo y Tomás; Jacobo, hijo de Alfeo, y Simón, al que llamaban el Zelote; 16 Judas, hijo de Jacobo, y Judas Iscariote, que llegó a ser traidor. 17 Descendió con ellos y se detuvo en un lugar llano; y había una gran multitud de sus discípulos, y una gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, 18 que habían ido para oírle y para ser sanados de sus enfermedades; y los que eran atormentados por espíritus inmundos eran curados. 19 Y toda la multitud procuraba tocarle, porque de El salía un poder que a todos sanaba. 20 Volviendo su vista hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. 21 Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. 22 Bienaventurados sois cuando los hombres os aborrecen, cuando os apartan de sí, os colman de insultos y desechan vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. 23 Alegraos en ese día y saltad de gozo, porque he aquí, vuestra recompensa es grande en el cielo, pues sus padres trataban de la misma manera a los profetas. 24 Pero ¡ay de vosotros los ricos!, porque ya estáis recibiendo todo vuestro consuelo. 25 ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís!, porque os lamentaréis y lloraréis. 26 ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, porque de la misma manera trataban sus padres a los falsos profetas. 27 Pero a vosotros los que oís, os digo: amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen; 28 bendecid a los que os maldicen; orad por los que os vituperan. 29 Al que te hiera en la mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, no le niegues tampoco la túnica. 30 A todo el que te pida, dale, y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames. 31 Y así como queréis que los hombres os hagan, haced con ellos de la misma manera. 32 Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. 33 Si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. 34 Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos la misma cantidad. 35 Antes bien, amad a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad no esperando nada a cambio, y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo; porque El es bondadoso para con los ingratos y perversos. 36 Sed misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso. 37 No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. 38 Dad, y os será dado; medida buena, apretada, remecida y rebosante, vaciarán en vuestro regazo. Porque con la medida con que midáis, se os volverá a medir. 39 Les dijo también una parábola: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en un hoyo? 40 Un discípulo no está por encima de su maestro; mas todo discípulo, después de que se ha preparado bien, será como su maestro. 41 ¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? 42 ¿O cómo puedes decir a tu hermano: "Hermano, déjame sacarte la mota que está en tu ojo", cuando tú mismo no ves la viga que está en tu ojo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y entonces verás con claridad para sacar la mota que está en el ojo de tu hermano. 43 Porque no hay árbol bueno que produzca fruto malo, ni a la inversa, árbol malo que produzca fruto bueno. 44 Pues cada árbol por su fruto se conoce. Porque los hombres no recogen higos de los espinos, ni vendimian uvas de una zarza. 45 El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, del mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca. 46 ¿Y por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que yo digo? 47 Todo el que viene a mí y oye mis palabras y las pone en práctica, os mostraré a quién es semejante: 48 es semejante a un hombre que al edificar una casa, cavó hondo y echó cimiento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el torrente rompió contra aquella casa, pero no pudo moverla porque había sido bien construida. 49 Pero el que ha oído y no ha hecho nada, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin echar cimiento; y el torrente rompió contra ella y al instante se desplomó, y fue grande la ruina de aquella casa.
1 Y el SEÑOR habló a Moisés, diciendo: 2 Tú mismo envía hombres a fin de que reconozcan la tierra de Canaán, que voy a dar a los hijos de Israel; enviarás un hombre de cada una de las tribus de sus padres, cada uno de ellos jefe entre ellos. 3 Entonces Moisés los envió desde el desierto de Parán, al mandato del SEÑOR; todos aquellos hombres eran jefes de los hijos de Israel. 4 Y estos eran sus nombres: de la tribu de Rubén, Samúa, hijo de Zacur; 5 de la tribu de Simeón, Safat, hijo de Hori; 6 de la tribu de Judá, Caleb, hijo de Jefone; 7 de la tribu de Isacar, Igal, hijo de José; 8 de la tribu de Efraín, Oseas, hijo de Nun; 9 de la tribu de Benjamín, Palti, hijo de Rafú; 10 de la tribu de Zabulón, Gadiel, hijo de Sodi; 11 de la tribu de José y de la tribu de Manasés, Gadi, hijo de Susi; 12 de la tribu de Dan, Amiel, hijo de Gemali; 13 de la tribu de Aser, Setur, hijo de Micael; 14 de la tribu de Neftalí, Nahbi, hijo de Vapsi; 15 de la tribu de Gad, Geuel, hijo de Maqui. 16 Así se llamaban los hombres a quienes Moisés envió a reconocer la tierra; pero a Oseas, hijo de Nun, Moisés lo llamó Josué. 17 Cuando Moisés los envió a reconocer la tierra de Canaán, les dijo: Subid allá, al Neguev ; después subid a la región montañosa. 18 Ved cómo es la tierra, y si la gente que habita en ella es fuerte o débil, si son pocos o muchos; 19 y cómo es la tierra en que viven, si es buena o mala; y cómo son las ciudades en que habitan, si son como campamentos abiertos o con fortificaciones; 20 y cómo es el terreno, si fértil o estéril. ¿Hay allí árboles o no? Procurad obtener algo del fruto de la tierra. (Aquel tiempo era el tiempo de las primeras uvas maduras.) 21 Entonces ellos subieron y reconocieron la tierra desde el desierto de Zin hasta Rehob, en Lebo-hamat. 22 Y subieron por el Neguev, y llegaron hasta Hebrón, donde estaban Ahimán, Sesai y Talmai, los descendientes de Anac. (Hebrón fue edificada siete años antes que Zoán en Egipto.) 23 Y llegaron hasta el valle de Escol y de allí cortaron un sarmiento con un solo racimo de uvas; y lo llevaban en un palo entre dos hombres, con algunas de las granadas y de los higos. 24 A aquel lugar se le llamó el valle de Escol por razón del racimo que los hijos de Israel cortaron allí. 25 Y volvieron de reconocer la tierra al cabo de cuarenta días, 26 y fueron y se presentaron a Moisés y a Aarón, y a toda la congregación de los hijos de Israel en el desierto de Parán, en Cades; y les dieron un informe a ellos y a toda la congregación, y les enseñaron el fruto de la tierra. 27 Y le contaron, y le dijeron: Fuimos a la tierra adonde nos enviaste; ciertamente mana leche y miel, y este es el fruto de ella. 28 Sólo que es fuerte el pueblo que habita en la tierra, y las ciudades, fortificadas y muy grandes; y además vimos allí a los descendientes de Anac. 29 Amalec habita en la tierra del Neguev, y los heteos, los jebuseos y los amorreos habitan en la región montañosa, y los cananeos habitan junto al mar y a la ribera del Jordán. 30 Entonces Caleb calmó al pueblo delante de Moisés, y dijo: Debemos ciertamente subir y tomar posesión de ella, porque sin duda la conquistaremos. 31 Pero los hombres que habían subido con él dijeron: No podemos subir contra ese pueblo, porque es más fuerte que nosotros. 32 Y dieron un mal informe a los hijos de Israel de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por la que hemos ido para reconocerla es una tierra que devora a sus habitantes, y toda la gente que vimos en ella son hombres de gran estatura. 33 Vimos allí también a los gigantes (los hijos de Anac son parte de la raza de los gigantes); y a nosotros nos pareció que éramos como langostas; y así parecíamos ante sus ojos.
1 Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, 2 por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. 3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; 4 y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; 5 y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado. 6 Porque mientras aún éramos débiles, a su tiempo Cristo murió por los impíos. 7 Porque a duras penas habrá alguien que muera por un justo, aunque tal vez alguno se atreva a morir por el bueno. 8 Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. 9 Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de El. 10 Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida. 11 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien ahora hemos recibido la reconciliación. 12 Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron; 13 pues antes de la ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa cuando no hay ley. 14 Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, aun sobre los que no habían pecado con una transgresión semejante a la de Adán, el cual es figura del que había de venir. 15 Pero no sucede con la dádiva como con la transgresión. Porque si por la transgresión de uno murieron los muchos, mucho más, la gracia de Dios y el don por la gracia de un hombre, Jesucristo, abundaron para los muchos. 16 Tampoco sucede con el don como con lo que vino por medio de aquel que pecó; porque ciertamente el juicio surgió a causa de una transgresión, resultando en condenación; pero la dádiva surgió a causa de muchas transgresiones resultando en justificación. 17 Porque si por la transgresión de uno, por éste reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por medio de uno, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. 18 Así pues, tal como por una transgresión resultó la condenación de todos los hombres, así también por un acto de justicia resultó la justificación de vida para todos los hombres. 19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos. 20 Y la ley se introdujo para que abundara la transgresión, pero donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia, 21 para que así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por medio de la justicia para vida eterna, mediante Jesucristo nuestro Señor.
1 Miré, y he aquí que el Cordero estaba de pie sobre el Monte Sion, y con El ciento cuarenta y cuatro mil que tenían el nombre de El y el nombre de su Padre escrito en la frente. 2 Y oí una voz del cielo, como el estruendo de muchas aguas y como el sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como el sonido de arpistas tocando sus arpas. 3 Y cantaban<***> un cántico nuevo delante del trono y delante de los cuatro seres vivientes y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico, sino los ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido rescatados de la tierra. 4 Estos son los que no se han contaminado con mujeres, pues son castos. Estos son los que siguen al Cordero adondequiera que va. Estos han sido rescatados de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero. 5 En su boca no fue hallado engaño; están sin mancha. 6 Y vi volar en medio del cielo a otro ángel que tenía un evangelio eterno para anunciarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación, tribu, lengua y pueblo, 7 diciendo a gran voz: Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas. 8 Y le siguió otro ángel, el segundo, diciendo: ¡Cayó, cayó la gran Babilonia!; la que ha hecho beber a todas las naciones del vino de la pasión de su inmoralidad. 9 Entonces los siguió otro ángel, el tercero, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe una marca en su frente o en su mano, 10 él también beberá del vino del furor de Dios, que está preparado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y en presencia del Cordero. 11 Y el humo de su tormento asciende por los siglos de los siglos; y no tienen reposo, ni de día ni de noche, los que adoran a la bestia y a su imagen, y cualquiera que reciba la marca de su nombre. 12 Aquí está la perseverancia de los santos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. 13 Y oí una voz del cielo que decía: Escribe: "Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor." Sídice el Espíritupara que descansen de sus trabajos, porque sus obras van con ellos. 14 Y miré, y he aquí una nube blanca, y sentado en la nube estaba uno semejante a hijo de hombre , que tenía en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz afilada. 15 Entonces salió del templo otro ángel clamando a gran voz al que estaba sentado en la nube: Mete tu hoz y siega, porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura. 16 Y el que estaba sentado en la nube blandió su hoz sobre la tierra, y la tierra fue segada. 17 Salió otro ángel del templo que está en el cielo, que también tenía una hoz afilada. 18 Y otro ángel, el que tiene poder sobre el fuego, salió del altar; y llamó a gran voz al que tenía la hoz afilada, diciéndole: Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la vid de la tierra, porque sus uvas están maduras. 19 El ángel blandió su hoz sobre la tierra, y vendimió los racimos de la vid de la tierra y los echó en el gran lagar del furor de Dios. 20 Y el lagar fue pisado fuera de la ciudad, y del lagar salió sangre que subió hasta los frenos de los caballos por una distancia como de trescientos veinte kilómetros .
1 ¿No está el hombre obligado a trabajar sobre la tierra? ¿No son sus días como los días de un jornalero? 2 Como esclavo que suspira por la sombra, y como jornalero que espera con ansias su paga, 3 así me han dado en herencia meses inútiles, y noches de aflicción me han asignado. 4 Cuando me acuesto, digo: "¿Cuándo me levantaré?" Pero la noche sigue, y estoy dando vueltas continuamente hasta el amanecer. 5 Mi carne está cubierta de gusanos y de una costra de tierra; mi piel se endurece y supura. 6 Mis días pasan más veloces que la lanzadera, y llegan a su fin sin esperanza. 7 Recuerda que mi vida es un soplo, mis ojos no volverán a ver el bien. 8 El ojo del que me ve no me verá más; tus ojos estarán sobre mí, pero yo no existiré. 9 Como una nube se desvanece y pasa, así el que desciende al Seol no subirá; 10 no volverá más a su casa, ni su lugar lo verá más. 11 Por tanto, no refrenaré mi boca, hablaré en la angustia de mi espíritu, me quejaré en la amargura de mi alma. 12 ¿Soy yo el mar, o un monstruo marino, para que me pongas guardia? 13 Si digo: "Mi cama me consolará, mi lecho atenuará mi queja", 14 entonces tú me asustas con sueños y me aterrorizas con visiones; 15 mi alma, pues, escoge la asfixia, la muerte, en lugar de mis dolores. 16 Languidezco; no he de vivir para siempre. Déjame solo, pues mis días son un soplo. 17 ¿Qué es el hombre para que lo engrandezcas, para que te preocupes por él, 18 para que lo examines cada mañana, y a cada momento lo pongas a prueba? 19 ¿Nunca apartarás de mí tu mirada, ni me dejarás solo hasta que trague mi saliva? 20 ¿He pecado? ¿Qué te he hecho a ti, oh guardián de los hombres? ¿Por qué has hecho de mí tu blanco, de modo que soy una carga para mí mismo? 21 Entonces, ¿por qué no perdonas mi transgresión y quitas mi iniquidad? Porque ahora dormiré en el polvo; y tú me buscarás, pero ya no existiré.
1 Oye, oh SEÑOR, una causa justa; atiende a mi clamor; presta oído a mi oración, que no es de labios engañosos. 2 Que mi vindicación venga de tu presencia; que tus ojos vean con rectitud. 3 Tú has probado mi corazón, me has visitado de noche; me has puesto a prueba y nada hallaste; he resuelto que mi boca no peque. 4 En cuanto a las obras de los hombres, por la palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos. 5 Mis pasos se han mantenido firmes en tus senderos. No han resbalado mis pies. 6 Yo te he invocado, oh Dios, porque tú me responderás; inclina a mí tu oído, escucha mi palabra. 7 Muestra maravillosamente tu misericordia, tú que salvas a los que se refugian a tu diestra de los que se levantan contra ellos. 8 Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme a la sombra de tus alas 9 de los impíos que me despojan, de mis enemigos mortales que me rodean. 10 Han cerrado su insensible corazón; hablan arrogantemente con su boca. 11 Ahora nos han cercado en nuestros pasos; fijan sus ojos para echarnos por tierra, 12 como león que ansía despedazar, como leoncillo que acecha en los escondrijos. 13 Levántate, SEÑOR, sal a su encuentro, derríbalo; con tu espada libra mi alma del impío, 14 de los hombres, con tu mano, oh SEÑOR, de los hombres del mundo, cuya porción está en esta vida, y cuyo vientre llenas de tu tesoro; se llenan de hijos, y dejan lo que les sobra a sus pequeños. 15 En cuanto a mí, en justicia contemplaré tu rostro; al despertar, me saciaré cuando contemple tu imagen. libró de la mano de todos sus enemigos, y de la mano de Saúl. Y dijo:
1 Hijo mío, guarda mis palabras, y atesora mis mandamientos contigo. 2 Guarda mis mandamientos y vivirás, y mi enseñanza como la niña de tus ojos. 3 Atalos a tus dedos, escríbelos en la tabla de tu corazón. 4 Di a la sabiduría: Tú eres mi hermana, y llama a la inteligencia tu mejor amiga, 5 para que te guarden de la mujer extraña, de la desconocida que lisonjea con sus palabras. 6 Porque desde la ventana de mi casa miraba por la celosía, 7 y vi entre los simples, distinguí entre los muchachos a un joven falto de juicio, 8 pasando por la calle cerca de su esquina; iba camino de su casa, 9 al atardecer, al anochecer, en medio de la noche y la oscuridad. 10 Y he aquí, una mujer le sale al encuentro, vestida como ramera y astuta de corazón. 11 Es alborotadora y rebelde, sus pies no permanecen en casa; 12 está ya en las calles, ya en las plazas, y acecha por todas las esquinas. 13 Y lo agarra y lo besa, y descarada le dice: 14 Tenía que ofrecer ofrendas de paz, y hoy he cumplido mis votos; 15 por eso he salido a encontrarte, buscando tu rostro con ansiedad, y te he hallado. 16 He tendido mi lecho con colchas, con linos de Egipto en colores; 17 he rociado mi cama con mirra, áloes y canela. 18 Ven, embriaguémonos de amor hasta la mañana, deleitémonos con caricias. 19 Porque mi marido no está en casa, se ha ido a un largo viaje; 20 se ha llevado en la mano la bolsa del dinero, volverá a casa para la luna llena. 21 Con sus palabras persuasivas lo atrae, lo seduce con sus labios lisonjeros. 22 Al instante la sigue, como va el buey al matadero, o como uno en grillos al castigo de un necio, 23 hasta que una flecha le traspasa el hígado; como el ave que se precipita en la trampa, y no sabe que esto le costará la vida. 24 Ahora pues, hijos míos, escuchadme, y prestad atención a las palabras de mi boca. 25 No se desvíe tu corazón hacia sus caminos, no te extravíes en sus sendas. 26 Porque muchas son las víctimas derribadas por ella, y numerosos los que ha matado. 27 Su casa es el camino al Seol, que desciende a las cámaras de la muerte.
1 Saúl dijo a su hijo Jonatán y a todos sus siervos que dieran muerte a David; pero Jonatán, hijo de Saúl, apreciaba grandemente a David. 2 Y avisó Jonatán a David, diciendo: Saúl mi padre procura matarte. Ahora pues, te ruego que estés alerta por la mañana, y permanezcas en un lugar secreto y te escondas. 3 Yo saldré y me pondré al lado de mi padre en el campo donde tú te encuentres, y hablaré con mi padre de ti; si descubro algo, te avisaré. 4 Entonces Jonatán habló bien de David a Saúl su padre, y le dijo: No peque el rey contra David su siervo, puesto que él no ha pecado contra ti, y puesto que sus hechos han sido de mucho beneficio para ti. 5 Porque puso su vida en peligro e hirió al filisteo, y el SEÑOR trajo una gran liberación a todo Israel; tú lo viste y te regocijaste. ¿Por qué, pues, pecarás contra sangre inocente, dando muerte a David sin causa? 6 Y escuchó Saúl la voz de Jonatán, y juró: Vive el SEÑOR que no morirá. 7 Entonces Jonatán llamó a David y le comunicó todas estas palabras. Y Jonatán llevó a David ante Saúl, y estuvo en su presencia como antes. 8 Cuando hubo guerra de nuevo, David salió y peleó contra los filisteos, y los derrotó con gran matanza, y huyeron delante de él. 9 Y vino un espíritu malo de parte del SEÑOR sobre Saúl; y estaba él sentado en su casa con su lanza en la mano mientras David tocaba el arpa. 10 Y trató Saúl de clavar a David en la pared con la lanza, pero éste se escurrió de la presencia de Saúl, y la lanza se clavó en la pared; David huyó y escapó aquella noche. 11 Saúl envió mensajeros a la casa de David para vigilarle a fin de matarlo por la mañana; pero Mical, mujer de David, le avisó, diciendo: Si no pones a salvo tu vida esta noche, mañana te darán muerte. 12 Mical descolgó a David por una ventana, y él salió, huyó y escapó. 13 Y tomó Mical el ídolo doméstico y lo puso en la cama, puso a su cabecera una almohada de pelo de cabra y lo cubrió con ropa. 14 Cuando Saúl envió mensajeros para llevarse a David, ella dijo: Está enfermo. 15 Entonces Saúl envió mensajeros a ver a David, diciendo: Traédmelo en la cama, para que yo lo mate. 16 Cuando los mensajeros entraron, he aquí, el ídolo doméstico estaba sobre la cama con la almohada de pelo de cabra a su cabecera. 17 Y Saúl dijo a Mical: ¿Por qué me has engañado de esta manera y has dejado ir a mi enemigo, de modo que ha escapado? Y Mical dijo a Saúl: El me dijo: "Déjame ir, porque si no te mato." 18 Huyó, pues, David y escapó, y fue a donde estaba Samuel en Ramá, y le contó todo lo que Saúl le había hecho. Y él y Samuel fueron y se quedaron en Naiot. 19 Y se le informó a Saúl diciendo: He aquí, David está en Naiot, en Ramá. 20 Saúl envió mensajeros para llevarse a David, pero cuando vieron al grupo de los profetas profetizando, y a Samuel de pie presidiéndolos, el Espíritu de Dios vino sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron. 21 Cuando se lo dijeron a Saúl, envió otros mensajeros, y también ellos profetizaron. Y por tercera vez Saúl envió mensajeros, y ellos también profetizaron. 22 Entonces él mismo fue a Ramá, y llegó hasta el pozo grande que está en Secú; y preguntó, diciendo: ¿Dónde están Samuel y David? Y alguien dijo: He aquí, están en Naiot en Ramá. 23 Y él prosiguió hasta Naiot en Ramá; y vino también el Espíritu de Dios sobre él, e iba profetizando continuamente hasta llegar a Naiot en Ramá. 24 Se quitó además la ropa, también profetizó delante de Samuel, y estuvo echado desnudo todo aquel día y toda la noche. Por lo que suele decirse: ¿También está Saúl entre los profetas?
1 Palabras de Jeremías, hijo de Hilcías, de los sacerdotes que habitaban en Anatot, en la tierra de Benjamín, 2 a quien vino la palabra del SEÑOR en los días de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, en el año trece de su reinado. 3 También vino a él la palabra en los días de Joacim, hijo de Josías, rey de Judá, hasta el fin del año once de Sedequías, hijo de Josías, rey de Judá, hasta el destierro de Jerusalén en el mes quinto. 4 Y vino a mí la palabra del SEÑOR, diciendo: 5 Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré, te puse por profeta a las naciones. 6 Entonces dije: ¡Ah, Señor DIOS! He aquí, no sé hablar, porque soy joven. 7 Pero el SEÑOR me dijo: No digas: "Soy joven", porque adondequiera que te envíe, irás, y todo lo que te mande, dirás. 8 No tengas temor ante ellos, porque contigo estoy para librartedeclara el SEÑOR. 9 Entonces extendió el SEÑOR su mano y tocó mi boca. Y el SEÑOR me dijo: He aquí, he puesto mis palabras en tu boca. 10 Mira, hoy te he dado autoridad sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y para derribar, para destruir y para derrocar, para edificar y para plantar. 11 Vino entonces a mí la palabra del SEÑOR, diciendo: ¿Qué ves tú, Jeremías? Y yo respondí: Veo una vara de almendro. 12 Y me dijo el SEÑOR: Bien has visto, porque yo velo sobre mi palabra para cumplirla. 13 Por segunda vez vino a mí la palabra del SEÑOR, diciendo: ¿Qué ves tú? Y respondí: Veo una olla hirviendo que se vuelca desde el norte. 14 Y me dijo el SEÑOR: Desde el norte irrumpirá el mal sobre todos los habitantes de esta tierra. 15 Porque he aquí, llamo a todas las familias de los reinos del norte declara el SEÑOR y vendrán y cada uno pondrá su trono a la entrada de las puertas de Jerusalén, frente a todos sus muros alrededor y frente a todas las ciudades de Judá. 16 Y yo pronunciaré mis juicios contra ellos por toda su maldad, porque me abandonaron, ofrecieron sacrificios a otros dioses y adoraron la obra de sus manos. 17 Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate y diles todo lo que yo te mande. No temas ante ellos, no sea que yo te infunda temor delante de ellos. 18 He aquí, yo te he puesto hoy como ciudad fortificada, como columna de hierro y como muro de bronce contra toda esta tierra: contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes y el pueblo de la tierra. 19 Pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque yo estoy contigodeclara el SEÑORpara librarte.
1 Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, fue al sumo sacerdote, 2 y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos que pertenecieran al Camino, tanto hombres como mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén. 3 Y sucedió que mientras viajaba, al acercarse a Damasco, de repente resplandeció en su derredor una luz del cielo; 4 y al caer a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? 5 Y él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y El respondió: Yo soy Jesús a quien tú persigues; 6 levántate , entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. 7 Los hombres que iban con él se detuvieron atónitos, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. 8 Saulo se levantó del suelo, y aunque sus ojos estaban abiertos, no veía nada; y llevándolo por la mano, lo trajeron a Damasco. 9 Y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió. 10 Había en Damasco cierto discípulo llamado Ananías; y el Señor le dijo en una visión: Ananías. Y él dijo: Heme aquí, Señor. 11 Y el Señor le dijo: Levántate y ve a la calle que se llama Derecha, y pregunta en la casa de Judas por un hombre de Tarso llamado Saulo, porque, he aquí, está orando, 12 y ha visto en una visión a un hombre llamado Ananías, que entra y pone las manos sobre él para que recobre la vista. 13 Pero Ananías respondió: Señor, he oído de muchos acerca de este hombre, cuanto mal ha hecho a tus santos en Jerusalén, 14 y aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre. 15 Pero el Señor le dijo: Ve, porque él me es un instrumento escogido, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, de los reyes y de los hijos de Israel; 16 porque yo le mostraré cuánto debe padecer por mi nombre. 17 Ananías fue y entró en la casa, y después de poner las manos sobre él, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo. 18 Al instante cayeron de sus ojos como unas escamas, y recobró la vista; y se levantó y fue bautizado. 19 Tomó alimentos y cobró fuerzas. Y por varios días estuvo con los discípulos que estaban en Damasco. 20 Y enseguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas, diciendo: El es el Hijo de Dios. 21 Y todos los que lo escuchaban estaban asombrados y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén destruía a los que invocaban este nombre, y el que había venido aquí con este propósito: para llevarlos atados ante los principales sacerdotes? 22 Pero Saulo seguía fortaleciéndose y confundiendo a los judíos que habitaban en Damasco, demostrando que este Jesús es el Cristo. 23 Después de muchos días, los judíos tramaron deshacerse de él, 24 pero su conjura llegó al conocimiento de Saulo. Y aun vigilaban las puertas día y noche con el intento de matarlo; 25 pero sus discípulos lo tomaron de noche y lo sacaron por una abertura en la muralla, bajándolo en una canasta. 26 Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; y todos le temían, no creyendo que era discípulo. 27 Pero Bernabé lo tomó y lo presentó a los apóstoles, y les contó cómo Saulo había visto al Señor en el camino, y que El le había hablado, y cómo en Damasco había hablado con valor en el nombre de Jesús. 28 Y estaba con ellos moviéndose libremente en Jerusalén, hablando con valor en el nombre del Señor. 29 También hablaba y discutía con los judíos helenistas; mas éstos intentaban matarlo. 30 Pero cuando los hermanos lo supieron, lo llevaron a Cesarea, y de allí lo enviaron a Tarso. 31 Entretanto la iglesia gozaba de paz por toda Judea, Galilea y Samaria, y era edificada; y andando en el temor del Señor y en la fortaleza del Espíritu Santo, seguía creciendo. 32 Y mientras Pedro viajaba por todas aquellas regiones, vino también a los santos que vivían en Lida. 33 Allí encontró a un hombre llamado Eneas, que había estado postrado en cama por ocho años, porque estaba paralítico. 34 Y Pedro le dijo: Eneas, Jesucristo te sana; levántate y haz tu cama. Y al instante se levantó. 35 Todos los que vivían en Lida y en Sarón lo vieron, y se convirtieron al Señor. 36 Había entonces en Jope una discípula llamada Tabita (que traducido al griego es Dorcas); esta mujer era rica en obras buenas y de caridad que hacía continuamente. 37 Y sucedió que en aquellos días se enfermó y murió; y lavado su cuerpo, lo pusieron en un aposento alto. 38 Como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, al oír que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres, rogándole: No tardes en venir a nosotros. 39 Entonces Pedro se levantó y fue con ellos. Cuando llegó lo llevaron al aposento alto, y todas las viudas lo rodearon llorando, mostrando todas las túnicas y ropas que Dorcas solía hacer cuando estaba con ellas. 40 Mas Pedro, haciendo salir a todos, se arrodilló y oró, y volviéndose al cadáver, dijo: Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al ver a Pedro, se incorporó. 41 Y él le dio la mano y la levantó; y llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva. 42 Y esto se supo en todo Jope, y muchos creyeron en el Señor. 43 Y Pedro se quedó en Jope muchos días con un tal Simón, curtidor.
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