1¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores,2sino que en la ley del SEÑOR está su deleite, y en su ley medita de día y de noche!3Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera.4No así los impíos, que son como paja que se lleva el viento.5Por tanto, no se sostendrán los impíos en el juicio, ni los pecadores en la congregación de los justos.6Porque el SEÑOR conoce el camino de los justos, mas el camino de los impíos perecerá.
1¿Por qué se sublevan las naciones, y los pueblos traman cosas vanas?2Se levantan los reyes de la tierra, y los gobernantes traman unidos contra el SEÑOR y contra su Ungido , diciendo:3¡Rompamos sus cadenas y echemos de nosotros sus cuerdas!4El que se sienta en los cielos se ríe, el Señor se burla de ellos.5Luego les hablará en su ira, y en su furor los aterrará.6Pero yo he consagrado a mi Rey sobre Sion, mi santo monte.7Ciertamente anunciaré el decreto del SEÑOR que me dijo: "Mi Hijo eres tú, yo te he engendrado hoy.8"Pídeme, y te daré las naciones como herencia tuya, y como posesión tuya los confines de la tierra.9"Tú los quebrantarás con vara de hierro; los desmenuzarás como vaso de alfarero."10Ahora pues, oh reyes, mostrad discernimiento; recibid amonestación, oh jueces de la tierra.11Adorad al SEÑOR con reverencia, y alegraos con temblor.12Honrad al Hijo para que no se enoje y perezcáis en el camino, pues puede inflamarse de repente su ira. ¡Cuán bienaventurados son todos los que en El se refugian!