Marzo 25

Gloria y vergüenza

Porque todos ustedes, los que han sido bautizados en Cristo, están revestidos de Cristo. Gálatas 3:27

¡Qué historia bochornosa! Cuando Jesús fue arrestado en Getsemaní, lo seguía un joven cubierto sólo con una sábana. La multitud lo aprehendió, pero él soltó la sábana y escapó completamente desnudo.

¿Quién era ese joven? ¿Qué sabemos de él? No mucho, aunque podemos adivinar algunos detalles. Algunos piensan que era Marcos, el escritor del Evangelio, contando lo que le sucedió la noche en que arrestaron a Jesús. Ya que Marcos es el único que describe este evento, tiene sentido que pueda ser su historia personal.  

Claramente, el joven era un seguidor de Jesús, aunque no uno de los doce discípulos. Él estaba en el jardín de Getsemaní, lo que sugiere que se unió a los discípulos cuando salieron de la casa donde celebraban la Pascua. Tal vez era un hijo de esa familia. Claramente tenía coraje como para seguir al escuadrón de arresto, aunque cuando lo agarraron perdió el valor y huyó.

Pero, en definitiva, no sabemos de él más que su momento más glorioso y más sin gloria. Glorioso, porque amaba a Jesús e intentaba seguirlo, incluso cuando su propia vida estaba en riesgo. Sin gloria, porque perdió el valor y huyó desnudo. Ese momento resume todo lo que realmente sabemos sobre él: su amor, su gloria y su vergüenza, todo en uno.

Lo mismo es con nosotros, ¿no es cierto? Amamos a Jesús, intentamos seguirlo, pero con demasiada frecuencia lo que tratamos de hacer termina como un fiasco total. Nuestras buenas intenciones no sobreviven. Hasta podemos encontrarnos huyendo abochornados, cubiertos de vergüenza.

Afortunadamente para nosotros, tenemos un Salvador que nos viste con su propia justicia y cubre nuestros fracasos con su propia santidad. Él nos perdona, nos sana, nos lava, nos viste. “Porque todos ustedes, los que han sido bautizados en Cristo, están revestidos de Cristo” (Gálatas 3:27).

ORACIÓN: Gracias, Padre, por tomar de mí tanto lo glorioso como lo vergonzoso. Cúbreme en la gracia de tu hijo Jesucristo. Amén.

PREGUNTAS DE REFLEXIÓN:

¿Alguna vez has tratado de hacer algo bueno y has fracasado?

¿Has visto a Dios convertir en bendición un momento sin gloria?

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