Cordero o Salvador

Si esto es así, ¡cuánto más la sangre de Cristo, quien por medio del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente! Hebreos 9:14

Es entretenido mirar a un niño de dos años tratar de vestirse. Sabe que las piernas deben ir en el pantalón, pero no tiene idea de cómo hacerlo. Primero trata de poner un pie, comenzando por la parte de abajo de la pierna del pantalón. Cuando se da cuenta que no funciona, trata de poner sus dos piernas en la misma pierna del pantalón. Después de una docena de intentos, decide llevarle el pantalón a su mamá, y pedirle ayuda.

Los israelitas del Antiguo Testamento no eran muy diferentes del niño de nuestro ejemplo. Hacían lo imposible por agradar a Dios, ofreciendo sacrificios por sus pecados, pero tenían que repetirlos una y otra vez. Cada año llevaban animales al templo y miraban mientras el sacerdote los mataba y salpicaba con su sangre tanto a las personas como al altar. Por un tiempo se sentían perdonados. Pero volvían a pecar. Mentían, se enojaban, o quizás estafaban a un vecino dándole menos mercancía de la que le habían comprado, por lo que no pasaba mucho tiempo hasta que se sentían espiritualmente sucios y necesitaban ayuda.

La muerte de Jesús en la cruz fue la respuesta de Dios a los gritos de desesperación de la humanidad. "¡Por favor ayúdame!" Nuestra conciencia nos dice que nuestros pensamientos pecaminosos y nuestras rebeldías nos alejan a diario de Dios. De acuerdo a la ley perfecta de Dios estamos condenados, sin esperanza, y sin posibilidad de ser ayudados. Sin embargo, Dios tenía en mente otro plan: Jesús, su Hijo, el Cordero sacrificial.

Jesús cumplió perfectamente cada una de las leyes de Dios y, por haberlo hecho, pudo satisfacer la ira de Dios. Dios usó la muerte de su Hijo como pago por nosotros. Por el sacrificio de Jesús en nuestro lugar, Dios perdona nuestros pecados, limpia nuestra conciencia, y nos libera de la culpa y la vergüenza de nuestros pensamientos y acciones pecaminosas.

La lección que podemos aprender de los niños es que debemos dejar de tratar de hacer todo por nosotros mismos, especialmente cuando se trata de nuestra salvación, porque Dios ya lo ha hecho por nosotros. "Él nos hizo, y somos suyos. Somos su pueblo, ovejas de su prado" (Salmo 100:3b).

ORACIÓN: Padre celestial, enséñanos a entregarte nuestra vida y nuestra voluntad. La única esperanza que tenemos es a través del sacrificio de tu Hijo, a quien levantaste de la muerte, y en quien confiamos a través de tu Espíritu Santo. Amén.

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