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Lecciones de esperanza

De la Palabra de Dios: “Estoy agotado de tanto esperar a que me rescates pero he puesto mi esperanza en tu palabra. Mis ojos se esfuerzan por ver cumplidas tus promesas, ¿cuándo me consolarás?” (Salmos 119:81-82, NTV [cursivas de la autora]).

Hay situaciones de la vida que nos llevan a pensar: ¿hasta cuándo, Dios? ¿Cuánto más tengo que esperar? ¿Cuándo saldré de este hoyo? Parece que así se sentía el autor de Salmos 119 cuando escribió el versículo del principio.  La clave está en la frase que está negritas: a pesar de su cansancio y angustia, tenía esperanza en la palabra dada por Dios.

Lee los versículos que siguen:

Tu eterna palabra, oh Señor,
se mantiene firme en el cielo.
Tu fidelidad se extiende a cada generación,
y perdura igual que la tierra que creaste.
Tus ordenanzas siguen siendo verdad hasta el día de hoy,
porque todo está al servicio de tus planes.
Si tus enseñanzas no me hubieran sostenido con alegría,
ya habría muerto en mi sufrimiento.
Jamás olvidaré tus mandamientos,
pues por medio de ellos me diste vida.

Cuando las circunstancias que vivimos no son agradables ni siquiera llevaderas, tenemos que escoger dónde poner la esperanza. Este hombre estaba en el banco de la paciencia, su vida detenida. ¡Quién sabe lo que estaba esperando! No obstante, él estaba seguro de que la palabra de Dios es eterna, de que su verdad es intemporal porque va más allá del día de hoy y, todavía más importante, comprendió que la Palabra de Dios nos sostiene y nos da vida.

Ahora bien, no es una fórmula mágica. No se logra nada con dejar la Biblia abierta sobre la mesa de noche ni siquiera con llenar las paredes de versículos bíblicos, aunque me gusta tenerlos en lugares visibles para recordarlos. Es una cuestión del corazón, como decíamos al comienzo de esta exploración de Salmos 119. Para que la Palabra de Dios produzca este efecto en ti tienes que conocerla, aprenderla, vivirla y sobre todo, pedirle al Espíritu Santo que te ilumine para entenderla bien. Una vez que la tenemos dentro se convierte en una provisión de la que nos nutrimos constantemente, un tesoro que nadie nos puede quitar.

Tal vez hoy tú te sientes como este salmista, ¿hasta cuándo, Señor?, esa es la pregunta que una y otra vez regresa a tu mente. Yo no puedo responderla, ni creo que haya quien pueda hacerlo. Pero hay algo que sí puedo decirte con certeza: haz de la Palabra de Dios tu esperanza. Mira el versículo 114: “Tú eres mi refugio y mi escudo;  tu palabra es la fuente de mi esperanza”. Mientras la vida parezca estar en pausa, aférrate a la esperanza que se encierra entre Génesis y Apocalipsis.

Y déjame decirte una última cosa, cuando vivimos así, agarradas a esta esperanza, los que nos rodean también se contagian: “Que todos los que te temen encuentren en mí un motivo de alegría, porque he puesto mi esperanza en tu palabra”  (v. 74). Cuando alguien está desesperanzado, angustiado, deprimido, y nosotros compartimos la esperanza que tenemos, le transmitimos alegría. Usa la tecnología. Un mensaje de texto, un estatus en Facebook o Twitter con un versículo puede ser justo lo que una persona necesita en un momento dado. Me ha pasado, y seguro que a ti también.     

¿Qué podemos concluir entonces de estos versículos de Salmos 119? Lo que varios siglos después Pablo reafirmó con su pluma mientras escribía a los cristianos de Roma: “Y las Escrituras nos dan esperanza y ánimo mientras esperamos con paciencia hasta que se cumplan las promesas de Dios” (Romanos 15:4). La Palabra de Dios es un caudal de esperanza que él nos ha regalado. Pero ningún regalo es útil guardado en un rincón. Tenemos que darle el uso necesario. En este caso, creer que es nuestro, amarlo, vivirlo y ponerlo en práctica. Así podremos decir junto con el salmista: “Tus leyes son mi tesoro; son el deleite de mi corazón. Estoy decidido a obedecer tus decretos hasta el final” (111 y 112).

Vive con esperanza, esa es la vida que Dios diseñó.

(Publicado originalmente en wendybello.com)

© 2016 Wendy Bello

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