Enero 18

ROMANOS 15.4-13

A pesar de los mejores esfuerzos del hombre, el anhelo de paz del mundo sigue sin realizarse. Cada nueva generación tiene grandes esperanzas en la reconciliación entre pueblos y naciones, pero al final se enfrenta con la desilusión.

Un día, Cristo volverá y lo arreglará todo. Hasta entonces, los creyentes están llamados a ser sus embajadores de paz. Sin embargo, llegar a ser cristianos no significa automáticamente convertirnos en personas buscadoras de bondad y unidad.

A veces, somos irritables e impacientes, y nos resulta difícil vivir en armonía con los demás. Podemos tener problemas para abandonar actitudes o hábitos que hieren a quienes nos rodean —y algunas veces ni siquiera queremos dejarlos. Dios conoce nuestro verdadero carácter y ha dado el Espíritu Santo para transformarnos a la semejanza de Jesucristo. El Espíritu abre nuestras mentes para entender y aplicar la Biblia. Nos da el poder de decir no a la impiedad, y para reemplazar el egoísmo personal por una perspectiva centrada en Cristo. Él produce pacientemente su fruto en nosotros, que incluye amor, gozo y paz (Gá 5.22, 23). Con su ayuda, podemos convertirnos en pacificadores que trabajan para lograr la reconciliación entre Dios y los hombres (Mt 5.9).

Mientras que nuestro mundo sigue esperando lograr la paz, nosotros sabemos que la única fuente de unidad perdurable es Cristo.

El Señor quiere que nuestro corazón sea gobernado por su paz (Col 3.15), y que nuestras relaciones se caractericen por un espíritu de unidad. ¡Cuán animados se sentirán otros cuando vean el poder de Dios en nuestras vidas, que trae reconciliación a nuestros matrimonios, familias e iglesias! El Señor quiere que nuestro corazón sea gobernado por su paz.  

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