Meredith Houston Carr

12 de enero de 2024

Reinterpretando nuestra soledad
MEREDITH HOUSTON CARR

¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo de los dominios de la muerte, también estás allí. Salmo 139:7-8 (NVI)

«¿Qué tienes planeado para esta semana?»

Traté de disfrazar el nudo en la garganta al responder la pregunta de mi mamá lo más casual posible; no quería que escuchara la dolorosa sensación de aislamiento que tenía. «Oh, esto y aquello. Ya sabes, la vida ocupada de una mamá».

Una mudanza a través del país me había dejado a kilómetros de distancia de mi familia y amistades. Claro, la vida era ocupada en este nuevo lugar, pero ocupada es un sustituto pésimo de las relaciones y la seguridad de ser conocida. En esos días, la soledad se sentía como mi única amiga, una mejor amiga tan devota que nunca se iría de mi lado.

Quizás puedas identificarte. Las amistades que deseas no han resultado (o tal vez se han desvanecido). La pareja con la que esperabas pasar tu vida aún no ha aparecido (o tal vez decidió alejarse). Tu hogar, que solía estar lleno de risas de niños y luz, ahora se encuentra en silencio (o has soñado con este hogar pero no has podido construirlo).

A pesar de todas las bendiciones en tu vida, no se puede negar: tu corazón siente el apretón doloroso del aislamiento.

Cuando la soledad golpea, la Biblia brinda consuelo. En mi temporada de soledad, encontré aliento especialmente en los versículos clave de hoy en los Salmos, bellamente escritos por David:

¿A dónde podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia?
Si subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo de los dominios de la muerte, también estás allí (Salmo 139:7-8).

De forma poética, David nos recuerda la verdad crucial a la que podemos aferrarnos con todas nuestras fuerzas cuando la soledad permanece: nunca estamos verdaderamente solas, no importa cuán vacíos puedan sentirse nuestros corazones u hogares.

La presencia vigilante e inquebrantable de Dios nos envuelve, incluso cuando otros se han alejado. Su Espíritu nos acompaña a los lugares más lejanos del mundo o a los lugares de trabajo donde nos sentimos invisibles. Nos sostiene estables cuando el dolor carcome nuestras almas y cuando el enemigo susurra: «tú nunca pertenecerás aquí».

Al igual que David, podemos aprender a reinterpretar cómo vemos las temporadas de soledad, no como un vacío que debe llenarse, sino como una invitación a una comunión profunda y duradera con nuestro Padre celestial. A través de esta perspectiva, incluso podemos aprender a acoger las temporadas de soledad como una oportunidad única para permitir que Jesús llene nuestros espacios vacíos. En el proceso, ¡descubriremos que Su presencia proporciona una abundancia que ninguna relación terrenal ni ningún adormecimiento emocional pueden igualar!

La próxima vez que la soledad apriete tu corazón, permite que sea un recordatorio para apoyarte en la presencia invisible e inagotable de Dios.

A través de la oración, entrega con ternura todo tu dolor y lágrimas a Él.

Luego, invita a Jesús a tus lugares vacíos, querida, prepárate para disfrutar del consuelo de Su cercanía como nunca antes.

Querido Jesús, gracias por el regalo de Tu presencia constante. Cuando la soledad nos abruma, recuérdanos que nos estás llamando a una comunión más profunda y dulce Contigo. ¡Atráenos hacia Tu corazón! En el Nombre de Jesús, Amén.

RECOMENDAMOS

El enemigo quiere que nos sintamos rechazadas, excluidas, solitarias e inferiores. En Sin invitación, Lysa TerKeurst comparte sus experiencias personales con el rechazo, y ella examina con honestidad las raíces del mismo y cómo puede envenenar nuestras relaciones, incluso nuestra relación con Dios. Sin invitación nos recuerda que somos destinadas para un amor que nunca disminuye, ni se quebranta, ni se conmueve, ni es arrebatado … un amor que no rechaza ni la deja sin invitación.

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Romanos 8:38-39, Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor. (NVI)

¿Cómo es que la presencia constante y amorosa de Dios en tu vida cambia la forma en que ves la soledad? ¿Qué es algo que Él podría estar tratando de enseñarte en tu temporada de soledad? ¡Nos encantaría escucharte! Comparte tus pensamientos en los comentarios.

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