Yo no sé tú, pero yo siento que he estado cojeando durante toda la cuaresma antes de la Pascua. He estado arrastrándome casi todo lo que va del año, abrumada, cansada, sin fuerzas y puede que tú hayas tenido unos meses similares.

 

Yo tengo tres hijos menores de cinco años. Dos de ellos son muy energéticos y traviesos puesto que son gemelos por lo que siempre hay juegos, desorden, berrinches y todo tipo de ruidos las 24 horas del días los siete días de la semana. Tuve que ir a visitar un consejero para poder procesar todo el enojo que sentía mientras ellos dormían.

 

Además, tengo que tomar en cuenta que cada uno de los miembros de mi familia se ha enfermado 4 veces en los últimos 3 meses. Encima tengo que lidiar con los quehaceres diarios, lavandería, platos, cocinar, llevar los niños a la escuela, la iglesia, el trabajo, los mandados y la lista sigue.

 

Todo esto sin olvidar mis luchas contra la depresión. En los últimos meses he tenido episodios más oscuros y más recurrentes de lo normal. Ha habido veces en las que me levanto sin ningún tipo de entusiasmo o interés por mi vida. He sentido una profunda tristeza y melancolía sin razón aparente. Me he adentrado en el pozo de odio propio y tenido que luchar contra pensamientos que intentan destruir mi vida. Estoy herida, quebrantada intentando resurgir a la superficie con todas mis heridas y cicatrices.

 

También tengo que lidiar con todo el peso del mundo en el que vivo, el clima político actual, las injusticias que vemos todos los días en nuestro país y en el extranjero, los problemas de familiares y amigos, la pérdida de seres queridos. Creo que puedo decir que en algún grado, tu vida también ha sido desafiante. Los detalles pueden ser diferentes pero las heridas y las circunstancias también han dejado sus cicatrices en tu vida.

 

En estos días en los que se acerca la Pascua, yo he estado intentando hacer mi mejor esfuerzo para poner mis ojos en Cristo Jesús. Jesucristo es el ejemplo perfecto de que hacer y cómo actuar en mundo golpeado y herido. Primero, el preguntó a Dios si las circunstancias podrían cambiar. El clamó a su Padre Celestial. De igual manera yo sé que siempre hago una petición similar, pido que los problemas de mi vida desaparezcan. Pero Cristo también me recuerda de la belleza de obedecer fielmente aun en las más difíciles de las circunstancias. Cristo hizo peticiones a su padre y después siguió adelante tal y como se le fue dicho. Mi oración es que yo pueda hacer lo mismo.    

 

Igualmente, Jesús nos enseña la grandeza de ministrar a otros en medio de su dolor. Podemos ver que aun estando colgado de la cruz, Cristo buscó darle ayuda y paz al criminal que estaba a lado de él. De la misma manera le dio palabras de aliento a su madre en ese mismo momento y le pidió a sus discípulos que cuidaran de ella. En las profundidades del sufrimiento, Jesús mostró compasión y bondad. Yo oro para que pueda seguir tal ejemplo.

 

En sus últimas palabras, Cristo oró por aquellos que le perseguían, le pidió a Dios que los perdonara aunque ellos lo habían puesto en esa cruz. Este tipo de perdón es muy difícil de comprender para mí, pero es mi oración que yo también pueda enseñar tal perdón.

En medio de todo mi desorden se me hace difícil poder ver más allá de mis circunstancias, pero la muerte y resurrección de Cristo me recuerda de tantas cosas.
Él resucitó y venció a la muerte tan solo tres días después de la cruz. Los hombres y mujeres que lo vieron morir pensaron que era el fin, que ya no había esperanza, sólo puedo pensar el despecho por el dolor que los discípulos pasaron en aquellos tres días. La desesperación al pensar que habían perdido a quien ellos habían llamado Mesías. Pero Jesús los sorprendió. Él tuvo la victoria final y por siempre venció al pecado y la muerte.  

 

Durante esta temporada de Pascua mientras intento arrastrarme golpeada y herida hacia el domingo de resurrección intento recordar por todas las pruebas que Jesús atravesó.

 

Que Jesús oro para que las circunstancias cambien. Yo también lo puedo hacer.

 

Que Jesús ministro a otros en su sufrimiento. Yo también puedo.

 

Que Jesús oró por aquellos que lo abusaron. Yo también puedo.

 

Que Jesús resucitó trayendo victoria y salvación para el mundo, para que yo pueda tener vida y esperanza en medio de todo el sufrimiento.

 

Es por el sacrificio y victoria de Cristo que yo no puedo, no debo permitirme estar ausente en mi propia vida. Puedo arrastrarme sabiendo que cuando yo soy débil, Jesús es fuerte para ayudarme y gracias a su resurrección milagrosa yo tengo esperanza eterna. Y en realidad, ¿qué más puedo necesitar?