Antes de irme de la iglesia el domingo, mi amiga Lisa preguntó si podría ir a mi casa ese día y hablarme sobre la oración. Ya que ella era una persona muy ocupada, me alegró la oportunidad de poder escucharla y compartir con ella lo que había aprendido de tan importante asunto.

Sé que, para algunos cristianos, las oraciones salen fáciles. Depende de la relación de uno con Jesús desde la niñez. Las oraciones sentidas pueden ser una parte natural del crecimiento de la fe. Para otros, sus vidas en la oración necesitan tener un principio definitivo.

Esa tarde Linda y yo nos sentamos en nuestra cómoda mesa de la cocina mientras tomábamos sorbos de café. Ella fue directo al punto “Lucy, me siento tan avergonzada de decirte esto, pero a pesar de ser tan activa en nuestra iglesia ¡no sé orar! Si se me pide orar en grupo, leo una oración, pero no puedo decir palabras que formen mi propia oración.”

Le conté acerca del momento en el que también descubrí que no sabía cómo orar. Era la esposa de un ministro y a menudo se esperaba que yo liderara un grupo en la oración. Así que leía la que tuviera al alcance. El día que descubrí el folleto titulado Aventuras en oración escrito por Catherine Marshall, descubrí la razón por la cual no podía orar: No tenía una relación con Dios de la forma en que Marshall la tenía. Ese es siempre el punto de retorno en la vida de oración de una persona. Primero, desarrolla una relación con Dios a través de su hijo Jesucristo y luego habla con él como si estuvieras hablando a tu mejor amigo.

Linda reía mientras respondía, “Sí, imagino que me ves hablando con muchas personas, pero ¿cómo puedo hablar con Dios de esa manera?” Abrí la biblia en el libro de Salmos. Discutimos las conversaciones de los salmistas sobre todo lo que va desde el dolor hasta alabar con agradecimiento. Su amor por Dios y su confianza en él venía directo desde su corazón.  

Discutimos sobre venir hacia Dios con un corazón limpio y libre de cualquier traste del pasado. “Si hubiera cultivado el pecado en mi corazón, el Señor no habría escuchado, pero Dios seguramente escuchó mi voz en la oración” (Salmos 66:18-19). A menudo olvidamos orar primero por nosotros para que de esta forma Dios sepa que deseamos ser vasos puros mediante los cuales su poder pueda fluir.

Mirando hacia la ventana dije, “Mira a ese gorrión lentamente saltando a lo largo del muro.” Sonreímos mientras note que la hoja en su boca era casi del tamaño de su cuerpecito marrón. El nido escondido entre la hiedra era probablemente su destino, pero durante el corto vuelo hacia allá el pájaro cayó al suelo y se le soltó la hoja.

“Linda, a veces soy como ese pájaro”, dije. “Me tropiezo con el peso de las preocupaciones y pensamientos que no soy capaz de cargar. La oración siempre es la respuesta a esa pesadez, busco la sabiduría de Dios y pido que se haga su voluntad. Luego, trato de dejar pasar las cosas” suspiré.

El resto de nuestro momento juntas fue alegre y estuvo lleno de emociones acerca de una nueva vida en oración. Antes de irse, Linda oró una oración de agradecimiento porque su carga ya no estaba. Habló directamente con Dios desde su corazón y no desde un libro de oraciones.

Después que se fuera, continúe pensando acerca de nuestra visita y entendí que no discutimos los himnos que cantamos. De hecho, muchos de ellos son oraciones a las cuales se les crea la música y estas alimentan las necesidades profundas de mi alma. El himno bien conocido como “Dulce oración” es un ejemplo perfecto. Me siento animada mientras canto su ponderosa invitación:

Dulce oración, dulce oración, de toda influencia mundanal
elevas tu mi corazón al tierno Padre celestial.
¡Oh cuántas veces tuve en ti auxilio en ruda tentación!
¡Y cuántos bienes recibí mediante ti, dulce oración!

Mis cargas no son tan pesadas cuando recuerdo que el escritor de este himno encontró alivio de su angustia y dolor mediante la oración. Una persona laica inglesa, William Walford, fue el autor de estas hermosas palabras. Él mostró su trabajo a un clérigo que se encontraba de visita desde américa y le pidió que llevara el poema con él cuando regresara a su país.

Así que fue cuando el Rev. Thomas Salmón regreso a su casa en Nueva York que envió de inmediato la carta a un editor de un periódico. Fue impreso en el Observador de Nueva York en septiembre de 1845. No había duda de que muchos lectores fueron tocados por su mensaje simple pero profundo.

Sin embargo, fue un músico que hizo la diferencia en el viaje del poema a través de las iglesias en todo el mundo. La melodía armoniosa fue compuesta por uno de los músicos más destacados de hoy, William B. Bradbury.

Oh Dios, te agradecemos por querer expresarnos tu amor desde nuestro nacimiento. Venimos con adoración divina porque haces esto posible con la presencia viva de nuestro señor Jesucristo. Es un honor hablarte y cantarte en oración. Es muy maravilloso para expresarlo con palabras por lo que cantamos suavemente un encantador “Hallelujah” Oramos en el nombre de Jesús. Amén.